Hay una frase que anda por allí en varias imágenes en las redes, desde el primer momento llamó mi atención y es que, a mi juicio, encierra una enorme verdad... Se las dejo:
Para el pensamiento del común denominador de la gente, pareciera que si eres bueno tienes que callarte cuando ves algo con lo que no estás de acuerdo, sólo para mantener una aparente "PAZ". Pareciera que no tienes derecho a irte de rumba de vez en cuando y gozar la vida porque todo lo que es del "MUNDO" es malo. Pareciera que si eres bueno, tienes que tener una actitud sumisa frente a las autoridades aún cuando estas estén abusando, de una forma o de otra, de las personas que tienen a su cargo. Pareciera, incluso, que debes dejar de pensar en ti y trabajar para ti porque, en tu bondad, te debes absolutamente a los demás.
La segunda parte de la imagen reza "...ser bueno es una virtud que algunos idiotas no entienden" Y con la disculpa por delante si alguien llegase a ofenderse ¡ES ASÍ!... Ser bueno para nada significa callarse, abstenerse, ser sumiso o tener la autoestima baja. Ser BUENO significa tener una inclinación natural a hacer el bien. Es ayudar al otro, aún cuando el otro no sea consciente de que lo ayudas; significa alzar tu voz si es necesario para defender al que no es capaz de alzar la suya; ser bueno es tener una postura firme y decidida frente a lo que es injusto; ser bueno es aportar a la vida del otro pensando también en la tuya porque en la medida de que tu vida es plena, puedes hacer que el otro encuentre la propia plenitud.
Ser bueno es amar a DIOS y reproducir su imagen, la de Jesús: un Jesús que caminaba llevando palabras de aliento pero que de vez en cuando se apartaba para orar y descansar porque se amaba a si mismo; un Jesús que sanó a diez y, aunque esperaba la gratitud de los diez, aceptó que hacer el bien es dejar al otro en la libertad de volver o no; un Jesús que alzó su voz cuando se percató de la confusión enorme de los mercaderes en el templo; un Jesús que multiplicó el vino y los panes cuando fue necesario porque estaba atento a lo que necesitaban los que le seguían; un Jesús que comprendió y corrigió las metidas de pata de sus discípulos, que perdonó a la adúltera, que hablaba sin miedo, aún cuando le amenazaban de muerte...
¡DISCÚLPEME PERO NO! Ser bueno no es ser idiota, no es ser tonto, ni dejarse manipular. Y si usted piensa que, por ser cristiana, mis virtudes deberían conducirme a ello, definitivamente usted no ha comprendido la profundidad del valor de la BONDAD...
Annerys G
29/08/2016
lunes, 29 de agosto de 2016
domingo, 21 de agosto de 2016
DAR MÁS: Voluntariado con sello Yanomami
Voluntad viene del latín voluntas que significa “querer” y se refiere a la capacidad humana de hacer cosas de manera intencionada. Se puede tener voluntad para hacer cualquier cosa, sin embargo normalmente se usa esta palabra para indicar deseo de hacer algo más, de ir más allá de lo común. Así mismo, un voluntario es aquel que pone su voluntad, su querer, al servicio de una tarea específica siendo capaz de dar más de lo que se requiere.
La familia Salesiana ofrece, a quienes lo deseen, la oportunidad de hacer una experiencia de voluntariado laical acorde a sus necesidades personales, sociales y pastorales. En mi caso, he realizado una experiencia invaluable, una de esas que marcan la vida para siempre, una vivencia comunitaria de servicio a nuestros hermanos de la “periferia”, un voluntariado con sello Yanomami.
Pudiesen ustedes comenzar a imaginarse las maravillas naturales que desde el primer momento comencé a admirar: un río ancho y sereno capaz de simular un gran espejo que refleja el intenso azul del cielo y las escasas nubes que se forman en el firmamento del Amazonas; una densa selva que pinta de verde cualquier espacio de suelo al que dirijas la mirada y que provee frutos abundantes para alimentar la amplia y variada fauna que se aloja entre tantas ramas; un sol candente capaz de secar, en ocasiones, el amplio caudal del río Orinoco; un grandioso paisaje digno de reconocimiento universal, un pedazo de paraíso dentro de la frontera venezolana.
Lo que quizás no se imagina un ciudadano venezolano común es que tanta belleza no es más que el “empaque” que envuelve una realidad valiosísima. Adentrarse en la majestuosidad de nuestra selva es también descubrir la riqueza de una cultura que vive y crece allí, personas con valores firmes, con un corazón enorme y con un deseo latente de desarrollo, superación y mejora de su calidad de vida. Les hablo de la etnia Yanomami, un grupo de hombres, mujeres y niños valientes que extraen de la tierra su alimento, guardianes de un legado cultural profundo y hermoso, pero sobre todo, capaces de robarle el corazón al foráneo que dedica un espacio de su vida para ayudarles a hacerse conscientes del gran valor social y humano que como etnia poseen.
No todo es color de rosa. Ciertamente, así como hay un baluarte cultural que custodiar, hay innumerables carencias que van desde aquello que a cualquiera le parecería imprescindible para vivir hasta aquello que le permite a una cultura crecer en el mundo tan cambiante, tecnológico y globalizado en el que vivimos. En otras palabras, el pueblo Yanomami tiene reales necesidades básicas (alimentación, vestido, higiene, enseres del hogar, entre otros) y verdaderas carencias sociales (salud, vivienda, empleo, educación, entre tantas) que le hacen permanecer al margen de un país que pareciera ignorar su existencia.
La misión Salesiana del Alto Orinoco ofrece a nuestros hermanos Yanomami un servicio social y educativo que les ayuda a abrirse un espacio digno en la sociedad venezolana sin dejar de lado sus riquezas culturales, a sentirse y hacerse sentir como ciudadanos de un país que les ama y les valora por lo que son, una educación que les transforma y les libera sin arrebatarles lo que les hace distintos y autónomos. Pero adicionalmente la misión salesiana le ofrece al pueblo Yanomami el anuncio de la Buena Nueva de Salvación: les comunica el evangelio, la noticia de Jesucristo y la esperanza de un reino sin límites temporales, un reino que se construye desde la fraternidad del “shabono” y que tiene su plenitud en la patria definitiva, un mensaje de justicia, de equidad y de amor.
Visitar cada comunidad, sentirme esperada, entrar a sus hogares y recostarme con ellos a la sombra, comer de sus frutos, escuchar sus problemas y necesidades, jugar con los niños mientras disfrutamos de un baño en el río o hacerme parte de su recreo, participar del catecumenado, preparar juntos la liturgia en su lengua, ofrecerles los recursos para las clases, revisar las tareas de los niños, sugerir estrategias a los maestros, dar una medicina para aliviar alguna dolencia, cargar cada recién nacido y ver las sonrisas de los más grandecitos cuando se acercaban a saludar, escuchar un grito con mi nombre en la puerta de la misión y que fuera algún joven orgulloso de llamarme amiga, ofrecer un poco de novedad a la cotidianidad en la que transcurren sus días, son algunas de las muchas oportunidades concretas y diarias que tuve de descubrir que soy una cristiana privilegiada, una consentida de Dios porque me dio el regalo más hermoso al que puede aspirar un ser humano: ser útil a su gente.
He aprendido mucho. Aprendí que muchas cosas que creí necesarias para vivir no son tan imprescindibles, descubrí que se puede construir fraternidad con gestos sencillos de cercanía y solidaridad, aprendí a amar profundamente mis raíces indígenas y apreciar la diversidad cultural que enriquece y da vida a mi país, aprendí que el lenguaje universal es el de la sonrisa, aprendí a disfrutar lo sencillo y sublime de un atardecer mientras el aire te reseca el rostro al viajar en “voladora”; aprendí a valorar la vida como un frágil y hermoso regalo de Dios.
Estar al servicio de una tarea como ésta además de ser un grandioso regalo de Dios, es también un reto constante y latente. En la Venezuela de hoy no es fácil llevar adelante semejante obra, se necesitan manos trabajadoras, se necesitan jóvenes valientes, urgen personas sensibles ante las necesidades de los hermanos, que anhelen DAR MÁS de sí mismos a aquellos que permanecen en el olvido de la ciudadanía común. Si tienes la inquietud de hacer de tu vida algo diferente, no lo dudes, deja el miedo, lánzate a esta aventura misionera, atrévete a ser testigo del amor del que nos soñó primero, arriésgate a SER MÁS, A DAR MÁS, A AMAR MÁS.
Annerys Guacache
Agosto 2016
La familia Salesiana ofrece, a quienes lo deseen, la oportunidad de hacer una experiencia de voluntariado laical acorde a sus necesidades personales, sociales y pastorales. En mi caso, he realizado una experiencia invaluable, una de esas que marcan la vida para siempre, una vivencia comunitaria de servicio a nuestros hermanos de la “periferia”, un voluntariado con sello Yanomami.
Pudiesen ustedes comenzar a imaginarse las maravillas naturales que desde el primer momento comencé a admirar: un río ancho y sereno capaz de simular un gran espejo que refleja el intenso azul del cielo y las escasas nubes que se forman en el firmamento del Amazonas; una densa selva que pinta de verde cualquier espacio de suelo al que dirijas la mirada y que provee frutos abundantes para alimentar la amplia y variada fauna que se aloja entre tantas ramas; un sol candente capaz de secar, en ocasiones, el amplio caudal del río Orinoco; un grandioso paisaje digno de reconocimiento universal, un pedazo de paraíso dentro de la frontera venezolana.
Lo que quizás no se imagina un ciudadano venezolano común es que tanta belleza no es más que el “empaque” que envuelve una realidad valiosísima. Adentrarse en la majestuosidad de nuestra selva es también descubrir la riqueza de una cultura que vive y crece allí, personas con valores firmes, con un corazón enorme y con un deseo latente de desarrollo, superación y mejora de su calidad de vida. Les hablo de la etnia Yanomami, un grupo de hombres, mujeres y niños valientes que extraen de la tierra su alimento, guardianes de un legado cultural profundo y hermoso, pero sobre todo, capaces de robarle el corazón al foráneo que dedica un espacio de su vida para ayudarles a hacerse conscientes del gran valor social y humano que como etnia poseen.
No todo es color de rosa. Ciertamente, así como hay un baluarte cultural que custodiar, hay innumerables carencias que van desde aquello que a cualquiera le parecería imprescindible para vivir hasta aquello que le permite a una cultura crecer en el mundo tan cambiante, tecnológico y globalizado en el que vivimos. En otras palabras, el pueblo Yanomami tiene reales necesidades básicas (alimentación, vestido, higiene, enseres del hogar, entre otros) y verdaderas carencias sociales (salud, vivienda, empleo, educación, entre tantas) que le hacen permanecer al margen de un país que pareciera ignorar su existencia.
La misión Salesiana del Alto Orinoco ofrece a nuestros hermanos Yanomami un servicio social y educativo que les ayuda a abrirse un espacio digno en la sociedad venezolana sin dejar de lado sus riquezas culturales, a sentirse y hacerse sentir como ciudadanos de un país que les ama y les valora por lo que son, una educación que les transforma y les libera sin arrebatarles lo que les hace distintos y autónomos. Pero adicionalmente la misión salesiana le ofrece al pueblo Yanomami el anuncio de la Buena Nueva de Salvación: les comunica el evangelio, la noticia de Jesucristo y la esperanza de un reino sin límites temporales, un reino que se construye desde la fraternidad del “shabono” y que tiene su plenitud en la patria definitiva, un mensaje de justicia, de equidad y de amor.
Visitar cada comunidad, sentirme esperada, entrar a sus hogares y recostarme con ellos a la sombra, comer de sus frutos, escuchar sus problemas y necesidades, jugar con los niños mientras disfrutamos de un baño en el río o hacerme parte de su recreo, participar del catecumenado, preparar juntos la liturgia en su lengua, ofrecerles los recursos para las clases, revisar las tareas de los niños, sugerir estrategias a los maestros, dar una medicina para aliviar alguna dolencia, cargar cada recién nacido y ver las sonrisas de los más grandecitos cuando se acercaban a saludar, escuchar un grito con mi nombre en la puerta de la misión y que fuera algún joven orgulloso de llamarme amiga, ofrecer un poco de novedad a la cotidianidad en la que transcurren sus días, son algunas de las muchas oportunidades concretas y diarias que tuve de descubrir que soy una cristiana privilegiada, una consentida de Dios porque me dio el regalo más hermoso al que puede aspirar un ser humano: ser útil a su gente.
He aprendido mucho. Aprendí que muchas cosas que creí necesarias para vivir no son tan imprescindibles, descubrí que se puede construir fraternidad con gestos sencillos de cercanía y solidaridad, aprendí a amar profundamente mis raíces indígenas y apreciar la diversidad cultural que enriquece y da vida a mi país, aprendí que el lenguaje universal es el de la sonrisa, aprendí a disfrutar lo sencillo y sublime de un atardecer mientras el aire te reseca el rostro al viajar en “voladora”; aprendí a valorar la vida como un frágil y hermoso regalo de Dios.
Estar al servicio de una tarea como ésta además de ser un grandioso regalo de Dios, es también un reto constante y latente. En la Venezuela de hoy no es fácil llevar adelante semejante obra, se necesitan manos trabajadoras, se necesitan jóvenes valientes, urgen personas sensibles ante las necesidades de los hermanos, que anhelen DAR MÁS de sí mismos a aquellos que permanecen en el olvido de la ciudadanía común. Si tienes la inquietud de hacer de tu vida algo diferente, no lo dudes, deja el miedo, lánzate a esta aventura misionera, atrévete a ser testigo del amor del que nos soñó primero, arriésgate a SER MÁS, A DAR MÁS, A AMAR MÁS.
Annerys Guacache
Agosto 2016
Etiquetas:
Alegría,
Amazonas,
Don Bosco,
Indígenas,
Juventud,
Misiones,
MJS,
Salesiana,
Venezuela,
Voluntariado,
Yanomami
Ubicación:
Valencia, Carabobo, Venezuela
Suscribirse a:
Entradas (Atom)